martes, 4 de septiembre de 2007

Mucha Picardía

Arminda repartió la herencia, cargamos el Clio hasta los topes, y pusimos rumbo a Zaventem. Todo pasó demasiado deprisa: en un momento estábamos discutiendo con una azafata de facturación de Thomas Cook poco comprensiva (no nos dejaba facturar más de 32kg, ni pagando exceso de equipaje; Armin se vio obligada a "regalarnos" cosas que quería llevarse a Gran Canaria), y al siguiente nos abrazábamos a las puertas de la aduana. Y ya. A medida que nos alejábamos, le dije a Jul que me sentía tan bloqueada que no me salían las lágrimas. "Ahora sí que se había acabado todo". Con la marcha de Arminda se marcaba el final simbólico de mi periplo erasmus, pero a mí me quedaban dos semanas en una ciudad que ya no valía la pena sin las personas que la llenaban de significado. Era consciente, y por eso opté por poner pies en polvorosa y, en lugar de hundirme en la miseria vagando cual alma en pena por Bruselas hasta que llegaran mis padres a visitarme, dejé que Jul me condujera hasta Picardía, Pas-de-Calais, Normandía, para purificar mi alma con la brisa y el salitre, y relajarme. El bloqueo de mis lagrimales duró lo que tardamos en volver al aparcamiento y poner el culo en el asiento: me puse a llorar como una loca y no pude parar en media hora. Supongo que instintivamente quería aferrarme a esos últimos coletazos (aunque en vano), dedicarle el duelo que el cierre de etapa merecía. Sin el duelo correspondiente, no hay manera humana de seguir adelante.

De noche, todos los gatos son pardos. Por eso o porque nos perdimos un poquitín, paramos en una estación de servicio para camiones y adquirimos un mapa de carreteras de Francia por el módico precio de 7 euros... Cayeux-sur-Mer, un pequeño municipio no muy lejano del lugar del Desembarco, nos esperaba como destino bucólico-marítimo soñado y escenario para una terapia que daría excelentes resultados. La terapia consistió, básicamente, en hartarnos de marisco, desperezarnos de la siesta con los escasos 20º de la piscina cubierta (seamos realistas: es Normandía, ¡hasta el agua de las piscinas está helada!), ver muy buen cine (Eternal Sunshine of the Spotless Mind y We Don't Live Here Anymore), ir la compra a Shopi para hacer cocina experimental, hacer bricolaje (a mí me tocó pintar el baño de color salmón: confieso ser adicta a la brocha gorda) y pasarnos el finde hundiendo los pies en la Bahía de Somme, el estuario más grande del norte de Francia, cuyos 5km se pueden atravesar a pie (hasta Le Crotoy), eso sí, con un guía experimentado que conozca por dónde no van a rodearte las mareas cuando suban (muchos murieron ahogados y otros tantos han sido rescatados con helicóptero por la tontería). Resulta extremadamente curioso observar la bahía con marea alta y con marea baja... Parece que, en la segunda foto, alguien hubiera quitado el tapón y se hubiera ido todo el mar por el desagüe:


Efectivamente, cuando la marea sube, el agua cubre hasta donde abarca la vista, y los lugares por donde habías estado caminando tranquilamente en busca de quisquillas, chirlas, navajas o cangrejos, se llenan de barcos de vela en cuestión de un par de horas... Surrealista. Menudos son los misterios de la naturaleza (hay que fastidiarse con el influjo de la luna... Si hace eso, ¿cómo no voy a creerme lo de los hombre-lobo?). Por cierto, sólo cogimos 17 quisquillas y unos cuantos cangrejillos muy simpáticos que no me atreví a tocar mas que con un palito (esto me recuerda a la escena de las langostas de Annie Hall), y que por nada del mundo habría echado a una olla para hacer sopa (creo que esa escena con Sebastián el de Disney también me traumatizó). Otros animalitos famosos de Le Hourdel (aparte de las gaviotas, ratas grandes con alas -las pequeñas son las palomas-) son las focas. No hay vez que un grupo del IMSERSO o un papá con sus niños se aposte en unas piedras, en un alto cercano a la bahía, prismáticos en mano. Jul no tiene prismáticos, pero dice que en su vida ha visto una foca allí... Mémé da su opinión, como todos los abuelos del tontódromo, sobre cuáles son las mejores horas, estaciones y lugares para avistarlas (hay una comunidad de 80). Lo hemos probado todo, y a fecha de hoy todavía me quedo con las ganas. Me gustaría a mí saber si los de los prismáticos se hacen los interesantes y apuntan con el dedo a un puñado de rocas (que también son grises), para sentirse menos ridículos por haber hecho el viaje en balde (como cuando visité el Parque de Cabárceno y todos los osos estaban echándose la siesta). Sólo nos queda hacernos los muertos en la playa cubiertos de pescado; o eso, o llevarnos una pelota de playa hinchable, de colorines, como las que usan en el zoo para que se la pongan en la naricita; igual hasta lo someto a votación entre los lectores y lo pongo en práctica.

Pero de todos los objetos y de todos los recuerdos de Cayeux-sur-Mer me habría quedado con uno: un par de botas de caucho azules, de las de ir a mariscar. Mi conjunto de guerra consistió en enfundarme eso y unos pantalones cortos de Ju, ¡y lista para ensuciar! Ponerlas de barro hasta arriba, salpicarme pisando "charcos" entre las dunas, tener las piernas metidas hasta la espinilla en el mar sin mojarme... El sueño de toda niña. Pero como todos los sueños, llegó su amargo final. Hice pucheros al quitármelas, habría preferido que se me quedaran pegadas a la piel, ¡que me cortaran con un cúter! Ahora, cada vez que vaya, tengo un aliciente extra: reencontrarme con el mar Y con mis botas. Qué suerte que mémé sea tan maja... y que usemos el mismo número de pie. ¿Verdad?

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