viernes, 28 de septiembre de 2007

Callao, 21:30

El frío me mantiene despierta. El de Bruselas me ayudó a corregir hábitos malsanos de latitudes sureñas como llegar 10 o 15 minutos tarde a mis citas. Intuyo que mis amigas están tan positivamente sorprendidas como comprensiblemente escépticas. Esto es de por vida ya, o eso espero (igual el calor del próximo verano me vuelve a freír el cerebro, pero para eso falta un año: apresuraos a quedar conmigo mientras dure).

Con la cabeza alta y ningún signo de sopor, llego a la Plaza del Callao a las 21:20. Dejo enchufado el iPod, todavía faltan unos minutos para conocer a una de mis tuteladas (me he hecho tutora del programa ESN), Sonia Levoye, erasmita francesa 2007-2008 de mi facultad. Habíamos pospuesto este primer encuentro por distintos motivos, y no sé cómo voy a reconocerla, no he visto ninguna foto suya ni ha expresado que vaya a ponerse un clavel rojo en la solapa de la chaqueta. Estas cosas me hacen gracia, lo he vivido antes, y por lo general suelo identificar al sujeto en cuestión por su mirada inquisitoria a cada una de las personas que tiene a su alrededor, como preguntando "¿serás tú?". Soy observadora y eso se me da bien.

21:35, apago el iPod y doy un toque con el móvil para indicar que estoy aquí, y la información gratuita de Orange me hace partícipe de que ella sigue en el metro: "Apagado o fuera de cobertura". Esto va para largo. Inmediatamente doy rienda suelta a una de mis aficiones favoritas: analizar el entorno, ver pasar riadas de gente, cada uno de su padre y de su madre. Me gusta imaginarme sus historias, por qué tienen pinta de estar cabreados, a quién están esperando, a qué dedican el tiempo libre. Hay una chica que me mira desde que salí del metro. Quizás ella también haya concertado una "cita a ciegas" y se pregunte si soy yo a quien espera, y las dos nos miramos sin atrevernos a dirigirnos la palabra. El caso es que tiene cara de francesa: rubia, ojos azules, indumentaria discreta de clásica parisina. Espera, Sonia es de Lille; no es ella. Más vale que vuelva a encender el iPod, pero me quedo con el móvil en la mano, porque con el tono tan discreto que tengo lo más probable es que no lo oiga si me llaman.

21:45, vuelvo a dar otro toque y me doy cuenta de que no me gusta la voz de la señorita de Orange, es casi tan desagradable como la del cantante de The Format (que sus fans me perdonen). Bueno, desde Simancas en metro no sé cuánto se tarda, en cuanto fueran un poco con la hora pegada al culo, es fácil que esto pase, sobre todo a ella que acaba de llegar y no sabe calcular. El nuevo disco de Interpol me ameniza la espera que da gusto: Our Love To Admire.

21:50, el tiempo pasa despacio, y hace un frío de tres pares de narices. ¿Cómo puede cambiar tanto la temperatura de un día para otro? Dios mío, dime que la variabilidad del tiempo bruselense no se ha convertido en un fenómeno mundial. Bruselas... Aquel jueves salí corriendo del Sleep Well para llegar a la hora a La Bourse, punto de encuentro por excelencia, como aquí El Oso y el Madroño o el Km 0. De hecho, fui la primera española en llegar. No recuerdo si aquella noche cené algo en el Cheesecake Café, porque estaba demasiado emocionada para que mi píloro respondiera.

21:55, esto está pasando de azul oscuro a casi negro. ¿Qué hago? ¿Me estará dando plantón? ¿Se le habrá olvidado que habíamos quedado? No puede ser, hablamos hace sólo una hora y media. Ya sé lo que haré, llamo a Beatriz o a Esther o a Paula para ver si están por el centro, y hago tiempo con ellas, y cuando Sonia me llame acudo a donde esté. No es mi noche de suerte, están todas en sus casas.

22:00, espero 15 minutos más y me voy. No sé cuántos toques he dado ya. Si no fuera porque lo hemos pospuesto tres veces, me iría y con razón. Me siento en un banco y veo que los repartidores de folletos de una academia de actores toman el metro para ir a Sol a seguir con la tarea. Uno de ellos es argentino. Me miran de vez en cuando, debe de darles pena una chica como yo a la que le hacen esperar 40 minutos, ¿no? A mí me daría.

22:02, leo un cartel gigante pegado a una marquesina junto a un kiosko, "Agua super fría". ¿El invierno les ha pillado por sorpresa -como a todos lo que se han puesto vestido o manguita corta hoy- y no les ha dado tiempo a quitarlo? Nadie en su sano juicio querría comprar otra cosa que no sea un café o un chocolate caliente. Tengo un impulso maniaco de levantarme y arrancar las tiras de cinta de carrocero y los DIN-A4 superpuestos escritos en mayúsculas con caligrafía (ir)regular. Ahí es cuando me acuerdo del incidente de la salsa boloñesa y los macarrones blancos y reprimo mis instintos.

22:09, hay un loco rondando por la plaza. No hace más que reírse y gritar "¡Menos joder! ¡Menos joder y más follar!". Si en el fondo el hombre tiene razón.

22:11, salen dos chicas del metro con cara de azoradas. Definitivamente parecen guiris, pero no me las habría imaginado así jamás: la rubia va muy hippie y la morena bastante arreglada y pintadita. La morena saca su móvil, marca, y el mío empieza a sonar...


Menudo pateo nos marcamos. Primeras clases de Cultura y Civilización Madrileña de mano de una servidora. Parecen contentas, me recuerda a lo que ella dijo sobre que se les identifica enseguida en C. Universitaria en el periodo de exámenes de septiembre, entre miles de rostros amargados pertenecientes a almas en pena que buscan su redención en una maldita nota.


[No I In Threesome - Interpol]

1 comentario:

And I know it's old fashioned to say so dijo...

ostia! si ella soy yo
que cosas
estas gabachas que se pierden en el metro, hay que ser cortita, digo... jajajaja
lo de menos joder y más follar me ha encantado, que gran frase, ya sabes, los locos al final son los más cuerdos.