miércoles, 14 de enero de 2009

Badminton

El volante asciende y supera la red casi a cámara lenta; en el intervalo entre golpe y golpe podrías limarte las uñas, atarte los cordones o repasar la lista de la compra. Yo prefiero, casi sin querer, amargarme la hora y media de deporte planteándome cuestiones existenciales y deshaciéndome en pedazos al intentar armar las piezas de mi un futuro que se hace irrevocablemente presente. No hay imagen impresa en el puzle.

La conversación con Paula me devolvió de golpe y porrazo a la realidad. /Xigongda/ es un País de Nunca Jamás en que los alumnos se tiran años escribiendo tesis sin fecha de fin, las abuelas practican tai-chi a las 8 de la mañana como en sus tiempos mozos y las rejas del campus se abren y cierran cada día, protegiendo ese frágil microcosmos que es la vida universitaria.

Soy una frígida del deporte, totalmente incapaz de dejarme llevar y disfrutar. El deporte me hace ser consciente de los movimientos de mi cuerpo, de lo que bota, de los músculos que luchan por mover un esqueleto oxidado y una masa torpe. Cuando Jul me da indicaciones sobre cómo efectuar el golpe de muñeca (“the power is in your wrist”), puedo oír a mi padre darme indicaciones, en vano, en una cancha de tenis que siempre me pareció demasiado grande para mi tamaño, a los 8, los 9, o los 12 años. Siempre perfeccionista, no saber hacer algo bien a la primera conllevaba un derrumbe moral inmediato. Las comparaciones son odiosas (incluso dentro de la familia) y mi hermano era por aquel entonces, y sigue siendo hoy, el portador del gen de la excelencia en actividades físicas. Estas cosas pesan en el espíritu.

No en vano jamás me permití caer en el saco de los conformistas y, sin embargo, con el paso de los años, el miedo me invita con poca sutileza a apuntar bajo, aceptar cualquier trabajo de oficina, comer y callar. Me conozco y la ambición y expectativas alimentadas durante años no se diluyen en un salario medio y una felicidad fingida. Quizás el problema sea que todos me auspiciasen tanto éxito, una carrera demasiado brillante, condenándome sin saberlo a decepcionarme haga lo que haga... Debería correr a por los volantes que vuelan bajo, aunque me deje los riñones, y no dar por sentado que, muy probablemente, van directos al suelo y no vale la pena interponerse en la trayectoria. No sé el qué ni cómo pero si no lo intento la frustración me carcomerá por los siglos de los siglos. Sí, definitivamente debo. Mejor un fracaso rotundo a un signo de interrogación. “Sin esfuerzo no hay recompensa”. Cómo me he podido tragar el cuento tantas veces de que soy capaz de vivir al día, sin objetivos, sin estrés al límite, sin reconocimiento es para mí una incógnita. Dolores, por dios, un poco de coraje… Llevo el masoquismo impreso hasta en el nombre. ¿Quieres que abramos el champán, pedazo de vaga?

Por imbécil se me estampó un volante en el ojo. Sobreviviré y en mi convalecencia palparé cada centímetro de cráneo con el fin de encontrar el botón de “desconectar” para el próximo partido. El de "rebobinar" ya sabemos todos que no existe. Ahora es demasiado tarde.

Pulsar "desconectar" como el modo que activa la musiquilla de la Champions en los forofos del fútbol. Otro canto de sirena.