viernes, 14 de septiembre de 2007

Het einde

"Ik wil een koffie met melk, alstublieft". Mi conversación más larga en lengua neerlandesa. La última. Escenario, Grote Markt de Amberes, 17h. Suena descabellado, pero sentí un gran alivio cuando el camarero sonrió al oír mi acento y respondió que enseguida traería mi comanda. Qué menos cuando durante 10 meses asististe (más o menos) a cuatro horas de neerlandés con Katrien cada viernes por la mañana.

Despaché a mis padres deprisa, justo después de visitar la catedral, con sus cuadros de Rubens y sus púlpitos y confesionarios de madera impresionantes. Ellos no lo comprendían. Se sentieron abandonados cuando propuse que volvieran solos a la estación y cogieran el Intercity a Bruselas (yo sabía que no iban a perderse). Hacía exactamente un año que dejé Madrid y necesitaba mi tiempo y mi espacio para despedirme en condiciones, sola, tal y como llegué. Bebí a pequeños sorbos mi café mientras leía las últimas páginas de Les Mots (Sartre), que ya iba siendo hora. Christoph se retrasó 15 minutos; obviamente, también quería despedirme de él.

El tacto de la bufanda, el viento, el reloj dorado de la catedral, la terraza de la cafetería, mi café templado, la estatua de Silvio Brabo... No puedo describirlo de otra manera, sentí paz. Sonreía sin querer. Esta maldita ciudad tiene algo que me sigue atrapando. Sé que volveré. (Me asusto, porque empiezo a encontrarle atractivo a la pedrada arquitectónica de KBC, véase abajo derecha.)


Cogí el tren de vuelta en Amberes Central. A diferencia de otros, este tren procedente de Amsterdam no venía repleto de emporrados sino de boyscouts y parejas de excursionistas maduritos. Me acomodé para disfrutar de uno de los mayores placeres de este país: los viajes en tren, pasión oculta que descubrí en 2004 gracias a los paisajes de la campiña belga y Yellowcard cantando en los auriculares. El último trayecto. Me puse a garabatear y a soñar con los futuros viajes en Shinkansen, llenando páginas y páginas de mis "diarios de Japón". Dije adiós al verdor, a las fábricas, a la torre de Malinas que nunca llegué a visitar, a la niebla -cómo no, el país también quería despedirme con su característico traje de faena, la bóveda de papel de fumar a la que tanto cariño se le acaba cogiendo-. Me lo repito: la última vez que cojo el tren en Bélgica, por lo menos este año ("se escribirán más volúmenes, pero en otros libros"). Confío en que cuando vuelva algún día no me pesen demasiado las melancolías acumuladas y me vea obligada a alquilar un coche. En cualquier sentido, intentar emular el pasado es una soberana necedad.

La nota emotiva la puso Danny Masschelein, el coordinador de Erasmus más adorable de la tierra. En el despacho de Danny había un canarión de la nueva generación de erasmus, le di un par de consejos y salí por la puerta antes de romper a llorar como una mocosa, sin olvidar hacerle entrega a Danny de la camiseta 2007-2008 del Brugge, su equipo, de parte de todos mis compañeros. "Gracias" era poco. Despedirme de VLEKHO, esa facultad que apenas sabía cómo pronunciar cuando solicité plaza, se convirtio en lo más duro del día. Me tragué la tristeza cuando salí del ascensor, eché un último vistazo al vestíbulo y a la gente que había delante del mostrador para comprar crédito de impresión o fotocopias (ajenos a mi nudo en la garganta), y me reuní con mis padres fuera.

Todavía no he sacado un pie del tiesto y ya me tiemblan las raíces.

[Suena: Back Home - Yellowcard]

2 comentarios:

And I know it's old fashioned to say so dijo...

"Hacía exactamente un año que dejé Madrid y necesitaba mi tiempo y mi espacio para despedirme en condiciones, SOLA, TAL Y COMO LLEGÚE."????
vale que quieras citar a editors y su you came on your own, xo que yo recuerde sola sola no llegaste a bruselas! hombre ya! que cuando te pones barroca...! jajajajaja

And I know it's old fashioned to say so dijo...

(el acento va en la E, se ma ha resbalao el dedo)