martes, 11 de septiembre de 2007

Si hoy es martes, esto es Bélgica

Valiéndose de ese simpático título trataba mi señor padre de explicarme por qué la Rue Royale y Turquía la Nueva estaban prácticamente desiertas a las 10 de la mañana, en comparación con otros días. Ni coches aparcados, ni cola para pagar el parquímetro, ni ajetreo en los comercios. Compramos nuestra barra de pan, paseamos tranquilamente, y bordeamos la iglesia de Ste Marie para contemplar de lejos el ayuntamiento de la comuna de Schaarbeek (no es porque sea "el mío", pero es de los más bonitos).

La vida se ve de otro color cuando te han "extraviado temporalmente" una maleta y a las 7:30 te llama una señorita para anunciarte que la han encontrado y la devuelven a casa (al número 239, y no al 2, como papá dijo, que debe de ser la dirección del Palacio Real o algo parecido). Brussels Airlines se portó muy bien, y en 24h mi madre abandonó gustosa la tarea de estrujarse los sesos para hacer inventario de todo lo que llevaba en la maleta y cumplimentar el formulario para las compensaciones económicas. Qué duda cabe, uno disfruta más de las excursiones sabiendo que tendrá muda limpia y jamón serrano para el día siguiente.

El recorrido turístico por Bruselas fue completo (cansado, también). Repusimos fuerzas con unos mejillones con patatas fritas en el restaurante Royal Safir (un poco más caro que la media, pero se nota en la calidad y mucho), en una mesita en el mismo pasadizo que conduce al teatro de marionetas de Toone. El maître, muy agradable como siempre, nos trajo unos kir de aperitivo, y nos dejó a 18 euros un menú de scampi/escargots, un perolo de mejillones (que esta vez no fui capaz de acabarme) y un postre decente. "¿Cómo se dice hermana en francés? Sister es en inglés... ¿no? Y brother también...". Maldita lengua vikinga, ¡que para tres palabras que conoce mi madre en el idioma de Shakespeare le bloquean el vocabulario galo! Esperemos que el curso en línea ayude; si no, voy a tener un trabajo muy intenso en las reuniones con la familia política.

La visita siguió por Delirium Tremens (y Janneke Pis), De Brouckère, Ste Catherine, St Géry, Grand Place, Manneken Pis, Marolles, la iglesia de Notre Dame y Palais de Justice, para tomar después la Rue de la Régence hasta uno de los rincones con más encanto de la ciudad: Petit Sablon y Grand Sablon. En el Petit Sablon me acordé inevitablemente de Beatriz e Irene montando guardia (esa misma tarde de septiembre de 2006 "nos perdí", mapa en mano -mea culpa-, aunque podría haber sido peor) y del Duque de Alba y las barbaridades que cometió e hizo cometer en Flandes. Los españoles también tenemos una deuda histórica con este país... En la misma plaza, un japonés, que viajaba solo, me pidió en perfecto francés que le hiciera una foto. Lo hice lo mejor que pude e incluso le ofrecí repetirla si no le gustaba; seguramente me notó la empatía en la mirada, porque en una visión del futuro me imaginé sola en Japón tirando autofotos a diestro y siniestro como una triste.

Después de babear ante el escaparate de Pierre Marcolini y de que mi madre me preguntara por cuarta vez cómo se llamaba la iglesia del Grand Sablon (¡Nuestra Sra. del Sablón, mamá!), decidí que era el momento de hacer una pausa. En vista de que la dueña del café art nouveau de color verde nunca se acuerda de mí por mucho que lo frecuento (yo diría que gana en antipatía por segundos), traicioné a mi gusto estético por una propuesta mucho más corriente, Le Grain de Sable, pero que servía no obstante los mismos chocolates calientes de sobre y las mismas bolsitas de té verde que me compro en el supermercado. Mientras daba sorbitos a mi taza de té, dediqué unos minutos a una de mis aficiones preferidas: observar. Constaté que Bruselas es la única ciudad en que en un mismo día ves al 50% de la gente en manga corta o falda sin medias y al otro 50% con abrigo, bufanda y botas; claro, que no es de extrañar por lo variable del tiempo, uno acaba por salir preparado para todo, con capas de cebolla, paraguas en el bolso y... gafas tintadas por si saliera ese sol de probabilidades de bonoloto. También pude volver a comprobar que este barrio es el más fino del centro de Bruselas, y que los señores trajeados de la mesa de al lado habían acumulado más copas vacías de rosé de las que recomendaría la OMS.

Continuamos y pasamos por delante de los Museos Reales de Bellas Artes (nos quedamos con ganas de entrar a la exposición de Rubens, pero en Amberes tendríamos tiempo para resarcirnos). Un niño de seis años lloraba y "pegaba" a su abuela porque no quería ceder el peluche a su hermana pequeña. El déspota no dejaba de gritar, con malos modales, y una vez más me dieron ganas de hacerme una ligadura de trompas (o voy a recoger firmas a favor del "azote a tiempo"). En el camino de vuelta, después de intentar justificar mi teoría de por qué no pagar en el tranvía (92 o 94, hasta mi puerta), seguimos con el tema de que en Madrid, antaño, lo hubo, y de si funcionaría hoy o sería un fiasco, y de algo sabido por todos: que Madrid es la capital europea con menos bicicletas. No nos hace falta carril bici ni aparcamientos porque estarían infrautilizados, no entra en nuestra cabeza, ese chip no nos viene de serie, por lo que sea. Así nos pasa luego, que paseamos por Ámsterdam y corremos el peligro de ser arrollados cada dos segundos, la falta de costumbre. Todavía no me creo que en 12 meses no me hayan atropellado ni bicis ni tranvías; era algo que cuando llegué me obsesionaba.

Hacía años que no pasaba unas vacaciones con mis padres y reconozco que fue muy agradable (sólo faltó mi hermano). Me encantan, entre millones de cosas más, por ser mi modelo de pareja tras verse a diario en el trabajo durante más de 20 años de matrimonio. Al verlos así de bien se me llena la boca de orgullo y de esperanza.


[Suena: Vienna - Ultravox]

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