lunes, 27 de agosto de 2007

Oostende vs. Knokke

En Bruselas amaneció un domingo cubierto de nubes. Tampoco hacía demasiado frío, pero la lluvia amenazaba desde primera hora de la mañana, contrariamente a lo que los sitios web de meteorología habían prometido: 24ºC y sol a raudales. Arminda y yo no teníamos opción: era su último fin de semana, y no podía irse con la incertidumbre de si la costa belga se parecía al sur de su isla o no.

Arminda se encargó de consultar la página de la SNCB para los horarios de los trenes, y a las 11:23 nos presentamos en Gare du Nord para comprobar que Arminda se había confundido, y el de las 11:23 no nos llevaba a Oostende, sino a Knokke. En fin, será más o menos lo mismo, pero con casas más bonitas y pijos belgas por el paseo marítimo, nos dijimos. En el tren nos dedicamos a comernos los sándwiches que con tanto cariño nos habíamos preparado la una a la otra, una manzana y un yogur. A partir de la estación de Brujas, no quedó ni un alma en el tren, en el vagón quedábamos Armin, otra chica al fondo, y yo. El paisaje, precioso como siempre, fue aclarándose conforme nos alejamos de Bruselas (maldito microclima), de forma que cuando llegamos a Knokke había un perfecto cielo azul y un sol que, aunque no calentara demasiado, sí animaba el decorado.

Me guié por mi instinto para llegar a la orilla del mar desde la estación. No había indicaciones, por lo que caminé en la dirección en que me parecía haber visto el mar desde el tren, seguí las avenidas más anchas y el olor a mar... No en vano, 10 minutos después nuestros pies tocaban la arena y nuestros ojos se deleitaban con los veleros, los cargueros del puerto, los juegos de niños tan rubios como la Barbie. Sentí paz. Estaba vestida, pero nunca me había emocionado tanto sentarme en una toalla minúscula en una playa. Era incapaz de dejar de sonreír, tenía tanta felicidad dentro que quería compartirla con todo el mundo... Cogí mi móvil y llamé a mi padre, a Jul... ¡Y a otras personas que tenían sus móviles apagados! No iba a poder bañarme porque no me puse el bikini debajo (Arminda le echó un par de narices, y sí que se bañó), ¿quién me iba a decir que a 200km de Bruselas en lugar de sacar el paraguas iba a tener que sacar las gafas de sol? Tampoco importaba. Dos niños morenos pasaron corriendo a nuestro lado, llenándonos de arena la toalla. "Esto debe de ser un concepto universal". Al rato, los niños volvieron porque su padre los llamaba "Oye, chicos, fuera del agua ya, ¿eh?", en castellano... Se confirma, entonces, que es una costumbre exclusivamente nacional.

Las casetas que se alquilan en la playa, los puestos de helados, las terrazas, los bloques de apartamentos de típica arquitectura costera, el casino... Lo que eché de menos fueron las duchas. Debe de ser que a los belgas no se les pega la arena a los pies porque no sudan. Igual que nunca se exasperan, porque no tienen sangre en las venas.
Todos los mares del mundo están conectados. Mirar al mar es como mirar al cielo: es algo común a todos, que nos une y nos recuerda lo insignificantes que somos. Como la muerte.

[Something of Value - Yellowcard]

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