domingo, 28 de octubre de 2007

Paris la nuit

Se aparta una mecha rubia de la cara y da una calada a su Marlboro.

- Cuando seas una intérprete de prestigio y yo una abogada de la leche, iremos de compras por Faubourg St Honoré.

- Dame 3 años... o 4.
- A m
í mejor dame 10.

Por el momento, con las friperies de Beaubourg nos basta y nos sobra. Raphaëlle camina detr
ás de mí, y añade que de espaldas doy el pego, parezco una auténtica parisina... pero que de cara no tengo nada que hacer. ¿Me lo tomo como un cumplido?
- ¡Yo no he dicho que parecer parisina sea bueno o malo! Yo lo soy porque lo dice mi carné de identidad, pero ni yo me lo creo...
Se ríe y se cuelga de mi hombros. Las parisinas tienen una cara especial. No es broma. No sé si será por el maquillaje discreto (cuando lo hay), el pelo suelto o atado en un moño revuelto, pero siempre natural, el cigarrillo en la mano (ojo que todavía no he conocido a ninguna que no fume), las líneas simples dignas del Comptoir des Cotoniers (algodón, elegancia, discreción, camisas, cache-coeurs) y la marroquinería hippie, los fulares. Que no falten, los fulares.

La tartiflette (patatas, beicon, cebolla, queso Reblochon fundido) nos pesa en el estómago; no obstante, es comida de montaña para después de un día de esquí, y todo el deporte que hemos hecho hoy ha sido ir al mercado a comprar los ingredientes -en coche-. La casa de Caro en République ha cambiado mucho en un año, el salón esta mucho más acogedor, se nota la mano de IKEA, y también hacen los libros de diseño y de moda de los de todo foto, cero texto, algunas láminas con marcos de collage y una silla superlativa pintada de rojo y tapizada con motivos añil y blanco -parece sacada de Alicia en el pais de las maravillas-. Para favorecer la digestión, bajamos los cinco pisos por las escaleras (no me canso de los minúsculos peldaños de madera de los edificios antiguos del centro, los granates y los verde botella de las paredes, los cerramientos en blanco de las ventanas de los patios interiores, las vistas a la Torre Eiffel de las que todos presumen, aunque en algunos casos no se alcance más que a ver una esquinita, es un detalle que parece que te da clase). Esperemos que eso o un par de chupitos de tequila ("y sal y limon", si no puntualizas no se les ocurre ponértelo) nos ayuden a hacer hueco para el Cosmopolitan, el Bloody Mary (odio el tabasco) o las copas de vino tinto. Lo cierto es que el jazz manouche de Aurore Quartet se disfruta igual de bien sin alcohol en sangre.

Sienta g
enial ganar una hora al tiempo. En una hora puedes vaciar una calabaza y decorarla, comprar caramelos, hacerte un disfraz de romano, preparar una torta de salmon o un bizcocho de yogur. Es ficticio, no lo ganas porque desde por la mañana te dices "son las 8 pero en realidad son las 7 asi que puedo dormir/vaguear una hora más", vas desfasando todas tus actividades y acabas acostándote igual de tarde. Con eso y con todo, autoengañarse es de lo más facil que existe, cualquier excusa es buena para vivir de la ilusión. Por un día se nos olvida que al tiempo no lo engaña nadie.

Por eso, en voz baja en la Rue Cadet, farfullé que poco importa lo que me lleve recorrer el camino mientras no fracase. La misma historia del fin y los (inter)medios.



[Suena: La terre ferme - Luke]

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