sábado, 26 de mayo de 2007

"Always Coca-Cola"

"Always look on the bright side of life". Lo intento, me lo repito y pongo en práctica delante de Los caballeros de la mesa cuadrara. Y sin embargo no lo consigo.

La lluvia volvió a Bruselas de golpe. La despedida, esta vez definitiva, de Nick y Andrew (al menos no tan fría, rallando lo absurdo-ridículo, como la de la finlandesa), que nos pilló de sopetón (para ciertas cosas nunca se está lo suficientemente preparado), el reencuentro con Joanna después de aquella desgracia familiar... La vida sigue, la vida pasa, "jusqu'ici, tout va bien", que dirían en La Haine de Mathieu Kassovitz. Recuerden que lo que cuenta no es la caída, sino el aterrizaje.

Al reincorporarme el jueves a la actividad bruselense fui a parar al hostal del que siempre había oído hablar, pero que en diez meses nunca había visitado, el Van Gogh. Una luz amarillo tenue en el bar, mesitas bajas de madera y sillones, una barra con un camarero de buen ver, y una pequeña terraza encantadora para noches de verano o para fumadores todo el año. No me puedo creer que a estas alturas haya encontrado otro rincón del buen karma, como puedan ser las escaleras del Botanique al atardecer
Image Hosted by ImageShack.us o el mirador del Palais de Justice [a tiempo real: relámpago y tremendo trueno afuera. Me sé de una que vuelve hoy empapada]. El caso es que lo pasamos bien entre la alianza de la docencia belga con la gris Polonia (lo de "bien" es un decir en este ejemplo concreto), Dominik y Mulholland Drive, el holandés insoportable de la chapa de "perro perdido" al cuello, las conversaciones con Andrés, la comunidad ostracista española (igual: ¿cómo en diez meses no me crucé con la mitad de ellos?) afincada en la residencia de Liz y Helena (que, por cierto, se marcha el viernes...). [A tiempo real: aguacero de los de hacer historia. Nota mental: ¿por qué aquí llueve, de preferencia, por las noches?]. "Al Oliver ese le diría yo, ¿quieres que sea tu Benji?" "Dile, voy a durar más que cualquier jugada a cámara lenta de esa serie, catapulta infernal incluida". Glub. Luego va Laura y nos hace el teleñeco, ¿y cómo pretendes que no pueda parar de llorar de la risa?

El viernes terminaron las clases, y en el De Ultleme Hallucinatie (edificio art nouveau de color verde) la VLEKHO preparó una fiesta que se continuaría, como obliga la tradición, en Den Bisnis. Sin embargo, la Rue Royale tenía reservaba otros planes: celebrar el 23 cumpleaños de la canariona Arminda con globos, paella, empanada casera y mojirinhas en cantidades industriales en mi humilde morada. Entre los
tonka pen del señor Tonry y la poca modestia del nuevo americano (de padre francés), Alex, los allí congregados fueron retirándose a sus aposentos con cuentagotas, hasta que, llegados a un punto decisivo de la noche, Julia, Andrés y yo misma, rechazamos Mirano para comprar Bacardi Breezer en la night shop (la idea era seguir con el concepto de "ron blanco", por lo que pudiera pasar. La clave, EVITAR la petaca de Smirnoff, no está de más prevenir) para refugiarnos en la Rue des Palais, o Burdelstraat para los (más que) amigos, escuchando Albert Pla, y David Bowie, y franchutadas del estilo Cali o Noir Désir. Realmente, Julien lo vale. ¿Quién sino un genio iba a atreverse con éxito a transformar una canción a-pestosa como "Moi, Lolita" de Alizée en la actuación más brillante jamás conocida en un programa del género de la Nouvelle Star? Si me he enganchado a esta emisión, es por ese hombre. Sin mencionar la horquilla que se coloca con tanta gracia para sujetarse el pelo, y que me vuelve loca. Una prueba más de cómo un elemento tradicionalmente restringido al uso femenino -como la raya de ojos- puede revolucionarme tanto aplicado a ciertos ejemplares del género masculino.

Pero lo que más recuerdo de la noche de ayer no fueron las horas intempestivas, sino la ternura y la melancolía de que me impregné en su transcurso. Esto se me está acabando. Es un hecho. Sabía que llegaría... y no me veo con fuerzas de regresar. Me marcharé la última, precisamente por eso estoy más condenada que nadie a sufrir de forma prolongada cómo me van arrancando a cada personita que he conocido. Se irán yendo todos, mientras yo los miro. No vale de mucho hacer balance, teniendo en cuenta que esto conduciría a elaborar una relación de cómo podrías haberlo hecho para exprimirlo más, para al final dejar un saldo positivo aún más abultado. Digo que es absurdo porque las cosas pasan como pasan, como te pide el cuerpo, vives sin un plan en mente, y te dejas llevar, y eso está bien. Si algo tengo claro es que, lo hagas como lo hagas, siempre te quedará la sensación, aunque sea ínfima y la encierres bajo siete candados, de que tenías que haberte organizado mejor, ir a tal sitio en lugar de tal otro, juntarte con aquella gente, porque todo tiene un por qué, o tal vez no. De todos modos, no existe el botón de rebobinado. Respiro las últimas bocanadas de mi periplo belga y me duele, pero no me pidas que deje de respirar, ni que aminore el ritmo para condurarlo, realismo en vena, no voy a aprender hoy a dosificarme la adrenalina y la pena en un último mes fatal. Es como caminar hacia la luz al final del túnel, o sentirte preso esperando la pena capital. Sabes que se acerca, y sigues con la desfachatez de despertarte por las mañanas con la misma cara, ajena, como si no fuera contigo, cegada por la desesperación o por la pereza. "All good things must come to an end".

Él dijo que se compró una última cerveza en Lille. Sabía que esa sería la última, decidió que no habría más, que era la elegida. Por eso quizás no dejó a su paladar degustarla: no se atrevía a admitir que cuando la última gota abandonara la copa, despertaría del sueño. No se atrevió a tocarla porque así le quedaría algo que volver a buscar en otro momento, dios sabe cuándo. Y la impecable cerveza quedó allí, especialmente en el lóbulo del recuerdo. Como quien tira una moneda a la Fontana di Trevi para regresar a Roma, y por narices acaba volviendo. Ahora entrelaza sus manos con otras personas, bebe otras cervezas, prepara otro guisante u otro guijarro para que el Manneken Pis lo custodie. La vida sigue su curso, hasta ahí todo va bien.

Me queda ella, la que se ha bebido "¡una cocacola en el edificio de Coca-Cola!", la próxima ayudante en la creación del catálogo virtual del Benelux. Aunque no vayan a curarnos
"la adicción a la morfina, dolores estomacales, neurastenia, dolores de cabeza o impotencia", le doy las gracias, señor Pemberton, por darme a alguien con quien seguir montando "cadenas de rodaje" y viendo películas de "Gael García Márquez".

Viejos complejos sin fórmulas mágicas,
y una base terminológica de 50 palabros bursátiles.


[Suena: Christina - Anaïs]

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